Campo de acción
de la Acade¬
mia.
Existencia del
concepto mo¬
ral y social en
todas las épo¬
cas.
Max-Planck-Institut für
europäische Rechtsgeschichte
destia una labor de propaganda y atracción de singular va¬
lor, en premio al anhelo por cooperar a la mayor gloria de
la obra de su Orden con el esfuerzo de la potencia de su
alma que estâ siempre a su alcance, la voluntad.
Este papel de coadjutor es el unico que puedo aceptar,
pero con propôsito firme de aportaros semillas que vosotros
hareis germinar, o como los pajaros o el viento llevando al
pueblo el polen de vuestra ciencia que harâ fecundar en
ellos esas doctrinas.
En todas las Academias en que se reûnen los hombres
de gran saber y sus coadjutores, partiendo de las ensenan¬
zas que nos legaron los tiempos y los hombres que ya pa¬
saron, las grandes capacidades de nuestros dias, por el po¬
der de su intelecto y de su empenno, ensanchan, perfeccio¬
nan y completan cuanto puede contribuir a la cultura o a
abrir nuevos horizontes al espiritu, al bienestar social
al progreso humano.
Mas en tanto que Academias que estudian el perfeccio¬
namiento de la lengua, de la historia, de las ciencias o de
las artes siguen sus trayectorias propias y sólo con reflejos
de sus propias luces transmiten sus efectos bienhechores
a la masa social, creo yo que la de Ciencias Morales y Po¬
liticas ejerce sus funciones de ensennanza y desarrolla su ac¬
ción, en el mismo campo social, en constante coordinación
y combinación con la vida del pueblo; actûa como el aban¬
derado que a la cabeza de la multitud que le sigue va mar¬
cando el rumbo de su marcha para evitar escollos, salvar
abismos o impedir que las corrientes impetuosas los arras¬
tre o destruya.
Una somera visión sobre la historia de la humanidad nos
confirma la existencia de un concepto social y moral en to¬
das las épocas, desde las de estructuras y organizaciones
mâs primitivas y elementales hasta la concepción perfecta
del cristianismo; y aunque es cierto que la inteligencia ha
actuado siempre bajo la sugestión de las creencias religio¬
sas dominantes, es un hecho comprobado que ya sea en la
sociedad limitada a la familia, a la ciudad, a la tribu, al se¬
nior, al principe o al Estado, y dentro de todas las creen¬
cias, la humanidad ha reconocido siempre: la existencia de
un espiritu en el hombre, que no muere; una autoridad que
acatar, y un espiritu protector que merecia respeto y cuyo
enojo habia que temer.
Esos espiritus podria creerse que quedaban en las mis¬
mas tumbas y habia que visitarlos y alimentarlos, o vagar
por el hogar o la ciudad, o encarnar en otros seres vivos por
Real Ace
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