DISCURSO
DEL EXCMO. SR.
DON EDUARDO DATO IRADIER
SENORES:
Al levantarme por primera vez entre vosotros, viene à
mi mente, subyugándola, el recuerdo de ciertas palabras del
licenciado Pedro Fernández Navarrete en el discurso XXIV
de su Conservación de Monarquias, al glosar el texto de la
consulta del Consejo de Castilla en que se recomienda al Mo¬
narca que se vaya muy á la mano en las mercedes que haga,
porque, dice el comentario de Navarrete, «aunque la libera¬
lidad es virtud propia de ánimos reales, ha de estar regulada
con el equilibrio de la prudencia, de tal manera que no
venga à tocar en el extremo de la prodigalidad». Merced,
que no premio, es la que me otorgáis con esta liberalidad
vuestra. jPlegue al Cielo que lo que por un exceso de bondad
tanto viene à honrarme sin méritos que lo justifiquen, no os
acredite de pródigos de ese caudal de distinción y enalteci¬
miento de que sois depositarios para, recompensando al
valer, proclamar por digno de dirigir desde esta Academia
el desenvolvimiento de las Ciencias Morales y Politicas à
aquel à quien por el solo hecho de apellidarle vuestro com¬
panero elevais al rango de maestro!
Y holgarême mucho de que no haya quien piense que à
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