DISCURSO
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Stuart-Mill es partidario del voto pûblico para las elec¬
ciones politicas, partiendo de la base de que el voto es una
función y que el elector tiene el deber de emitirlo; admite,
sin embarge, que cuando carezca de libertad personal, ya
por estar bajo la dependencia de otro ó porque la Mesa esté
subordinada å quien la obligue á falsear la elección, sea se¬
creto, como ocurria en los ultimos tiempos de la Repûblica
romana y Repüblica ateniense (1).
La teoria de este eminente publicista nos parece induda¬
ble en la esfera de los principios; pero en la práctica resulta
deficiente y peligrosa, porque no es posible que exista un
cuerpo electoral con la independencia y entereza necesarias
para poder emitir pûblicamente el voto con completa liber¬
tad de conciencia. Antes bien, la mayoria de los electores
carece de energia para obrar libremente y sin que en su
espiritu hagan presión consideraciones y respetos à que no
se puede sustraer, ya partan las sugestiones del Poder pü¬
blico ó de los propietarios y patronos que, por la moderna
organización de las grandes industrias, tienen bajo su
dependencia fuertes nûcleos de electores que de ellos reci¬
ben el diario sustento.
Por eso la tendencia de todas las legislaciones electorales
se encamina à asegurar el secreto del voto, rodeando al elec¬
tor de cuantas garantias sean necesarias para procurar su
aislamiento en el momento de emitirlo, à fin de librarle de
influencias extranas, que puedan ejercer presión en él para
cambiar sus inclinaciones y convencimientos, porque nada
es tan fácil como influir en su espiritu y coartar su libertad
por causas diversas y consideraciones de orden moral que
le priven de independencia y ejerzan coacción en su ánimo.
La Historia demuestra que la publicidad del voto es dada
al despotismo del que manda, y asi Robespierre, para influir
en el cuerpo electoral, hizo tomar al Consejo general de la
Commune de Paris el acuerdo de que los electores votaran
(1) Obra citada.
Max-Planck-Institut für
as Mo
uropäische Rechtsgeschichte