DISCURSO
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punto capital de las costumbres. ;Ois el eco de esa cam¬
pana y los lentos sonidos al toque de la agonia, semejan¬
tes à las pausadas pulsaciones de una vida que se acaba
ó de un corazon que espira? Pues bien, esas campanadas
tienen relacion con la moral: alguna vez sorprendieron à
la adultera en las altas horas de la noche, y sobrecogida
de terror renunció á una idea criminal; alguna vez han
hecho caer de la mano del homicida la daga con que pre-
tendia cometer un atentado. ;Ois el toque de la Oracion
al despuntar los crepûsculos de la aurora; despues cuan-
do el sol toca al meridiano, y cuando Ilega al ocaso y se
difunden las sombras de la noche? ;Veis esa ermita si-
tuada sobre el monte, y cuyo pequeno torreon descuella
sobre las copas de los árboles, donde se reunen las gentes
de la comarca à implorar la misericordia de Dios, cuando
su justicia se ostenta con alguna calamidad ó algun pe-
ligro, y esas pláticas fervorosas en que aprovechando las
circunstancias se restablece el imperio de la virtud? ; Veis
esa Cruz colocada à un lado del camino, que recuerda un
rasgo de virtud, una desgracia ó un crimen que no dejó
impune la Divina Providencia? ;, No veis... pero basta.
Nunca acabaria si hubiese de enumerar los medios de que
se ha valido y se vale el celo de la Iglesia, para conser¬
var y fomentar la virtud, y poner un dique al vicio.
Pero entre estos medios, se me dirá, juegan alguna vez
preocupaciones vulgares, que la critica condena. Tambien
la Iglesia las reprueba, cuando son perjudiciales; pero las
tolera, cuando son inofensivas y pueden contribuir á for-
tificar los sentimientos morales. Seriamos dignos de com¬
pasion, si queriendo someterlo todo á las reglas de la cri¬
tica, condenáramos con excesivo rigor ciertas creencias
del pueblo, que si bien no están aprobadas por la Iglesia,
porque ésta jamas admite sino la verdad desnuda, ayudan
sin embargo à soportar los disgustos de la vida. Es cosa
admirable, que todas nuestras acciones estén Ilenas de
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les y Politicas
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