ciudad. El tren es la ciudad misma que, arrastrada
por la máquina, se traslada de uno a otro lugar y
pasa por delante del campo, sin penetrar en él. El
viajero que va dentro del tren, ve al campo allá fue¬
ra; en cambio, el viajero de a pie o de diligencia
estä en el campo; el campo para él no es ningûn
luera, sino el lugar mismo en donde vive y con quien
convive.
El tren vino, pues, en cierto modo, a acentuar
la radical artificiosidad de la vida moderna. Repre¬
senta la prolongación indefinida de la urbe, la con¬
versión del mundo entero en una sola ciudad, la
relegación definitiva del campo al rango inferior de
espectáculo en vez de habitáculo. Por eso el auto¬
móvil significa, en primer término, un restablecimien¬
to de la normalidad natural. El automóvil nos de¬
vuelve al seno de la madre tierra; es el perfecciona¬
miento del coche de caballos, pero con todas las
ventajas de la mayor rapidez—y digo rapidez mayor,
pero no rapidez máxima—. En el automóvil vamos
adonde queremos y por donde queremos; nos dete¬
nemos en el lugar que nuestro capricho o la necesi¬
dad vital nos aconseja; nos sumergimos en la comarça
y nos sentimos en ella y con ella, en vez de desli¬
zarnos meramente sobre ella como en el tren. Aqui
templamos la marcha para alargar nuestra estancia en
el bosque y junto al riachuelo. Allá aceleramos el
paso, para huir del erial pedregoso y fûnebre. En el
automôvil somos duennos de nuestro destino y respon-
sables de nuestros movimientos. El automóvil es un
aparato de locomoción; el tren, en cambio, es más
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Max-Planck-Institut für
Ciencias Morales y Politicas
europäische Rechtsgeschichte