sustraerse a las condiciones esenciales de la vida.
Hay nada más parecido al suicidio?
El afán de velocidad se explaya a veces con tal
ceguera y subvierte tan torpemente la jerarquia de los
valores, que Ilega hasta anular ventajas por él mismo
logradas. Ejemplo: la serie ascendente del tren, el au-
tomóvil y el aeroplano. En muchos aspectos el tren
representa una pérdida en comparación con la dili¬
gencia, el caballo o los viajes a pie, aunque por otros
lados compense esa pérdida con innegables ventajas y
notoria utilidad. El tren nos transporta rápidamente
de un sitio a otro; pero lo hace precisamente bor-
deando las comarcas y sin entrar nunca dentro de
ellas. En el tren surcamos las Ilanuras, atravesamos los
valles y los rios; pero permaneciendo siempre a infi-
nita distancia de ellos, viéndolos como cuadros de
paisaje, como telones de teatro; en suma, como otro
mundo con el cual no tenemos ni contacto ni convi-
vencia. Desde el tren contemplamos los campos; pero
no vivimos en ellos. Pasamos acaso a tres metros de
una flor; pero esa flor se nos antoja tan distante y
remota como el perfil de las montannas en el horizon¬
te. Y lo que abre este abismo entre nosotros dentro
del tren y la naturaleza allá fuera, no es propiamen¬
te la velocidad, después de todo, moderada del tren,
sino más bien el hecho de que el tren traslada junta-
mente con nuestras personas, también en cierto modo
nuestro mundo urbano habitual, nuestra casa, con sus
sillones, sus estancias, sus pasillos, su comedor, su
dormitorio, su lavabo, sus servidores. En el tren
seguimos viviendo como si estuviésemos aun en la
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Max-Planck-Institut für
ias Morales y Politicas
europäische Rechtsgeschicht