las cosas, hallar término jamás. El afán de velocidad
es por esencia insaciable.
Pero además es mortal. La velocidad excesiva
mata, porque anula todo lo que no sea ella misma.
La prisa del hombre moderno conduce a un empeque¬
necimiento del mundo, porque tiende a suprimir todo
el trozo de realidad que media entre el punto en don¬
de se está y el punto adonde se va. El ideal de la
rapidez en el tránsito seria, sin duda, la instantanei¬
dad, la cual, evidentemente, anularia todo lo que hay
entre los lugares extremos. El automovilista, lanzado
a velocidades vertiginosas, ve desvanecerse el trozo de
planeta sobre el cual vuela su coche; lo ve esfumarse
y convertirse en simple base de sustentación momen¬
tânea. Va por la tierra como iria por los espacios va-
cios interestelares. Todo a su paso se encoge, se des¬
individualiza, se reduce al minimo ser, a la vaga cate¬
goria de ccosa» u cobstáculo». El hombre del volan¬
te se queda solo ante el mundo, que se ha convertido
para él en una informe masa gris, sobre la cual su
meteorico aparato describe una trayectoria casi astro¬
nómica. Du vida se concentra en sus ojos y se reduce
a un punto de intensidad máxima, sin duda, pero tam¬
bién de máxima irrealidad y de máxima inestabilidad.
Se comprende la suprema exaltación que el hombre
laustico debe de sentir al verse asi solo y suspenso en
el desierto infinito del cosmos, navegando a través de
la nada eterna. Pero esta sensación de omnipotencia
casi divina—o diabólica—págala harto cara, con el
sacrificio de toda la realidad ajena. Esa excursión
fuera del mundo pretende el empenno imposible de
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Max-Planck-Institut für
cias Morales y Politicas
europäische Rechtsgeschichte