al fin y al cabo, puede hacer encallar la cultura en
un marasmo de puros estremecimientos superficiales.
La prisa, la velocidad, la rapidez, son hijuelas
del progreso; del hecho del progreso y de la creen-
cia en el progreso. Porque, en efecto, la velocidad
es en si misma una cosa buena, un valor. Y el hom¬
bre de hoy lo ha experimentado en su persona y en
el mundo que le rodea. Hay una porción de cosas,
que tenemos que hacer necesariamente en la vida y
que, aun siendo indispensables, no exaltan ni nuestro
valor ni el valor de nuestras creaciones. Hacer, pues,
pronto esas cosas, despacharlas lo más rápidamente
posible, es sin duda un bien, ya que aumenta la
cuantia del tiempo disponible para otros actos más
gratos y más valiosos. Asi la rapidez de las comuni¬
caciones, la velocidad del tren, del automóvil, del
teléfono, nos ha acostumbrado, con justa razón, a
amar la velocidad, a practicar la rapidez y a tener
prisa. Mas, por otra parte, la creencia en el progre¬
so ha orientado toda nuestra vida hacia el futuro y
nos ha desasido del presente. Vivimos más bien para
el mannana que para el hoy. Pero esto justamente im¬
plica que nuestro pensamiento constante del futuro
plantea a nuestra acción una muchedumbre de pro-
blemas escalonados, todos los cuales nos aparecen
como étapas de un camino a recorrer; y entonces,
considerando esas etapas no como actos con valor
propio, sino como simples medios o condiciones pre-
vias, enciéndese en nosotros la impaciencia por des-
pacharlas pronto y dispárase en nuestra alma el sen¬
timiento de la prisa. La humanidad actual tiene pri¬
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e Ciencias Morales y Politicas
europäische Rechtsgeschichte