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rania. Las palabras de Rousseau eran respecto del particu¬
lar bien claras y expresivas: «El Poder Ejecutivo es, entre
el Estado y él Soberano — decia —, una especie de entelequia
que desempena al lado de cada una de las dos entidades, pa¬
pel semejante al de la unión del alma con el cuerpo en el
hombre», y anadia: «Las formas de gobierno contienen dos
personas morales distintas, y, por consecuencia, dos voluntades
generales, una con relación a los ciudadanos, y otra con rela¬
ción a los miembros de la administración.» (3)
Al consignar las Constituciones de 1789, 1791 y 1793 el
principio de que la soberania reside o emana de la Nación o
que pertenece a ella, aluden, como Rousseau, a un ser mo¬
ral, constituido por la colectividad y distinto esencialmente
del Estado; a la Nación personificada, en una palabra.
La noción de soberania universal es incompatible çon la
existencia misma del Estado. Presupone éste un elemento
gobernante y otro gobernado; dirigentes y subditos; si todo
el mundo es soberano, no hay diferenciación, se suprimen
los dirigentes y los sûbditos: el Estado, de hecho, des¬
aparece.
Por muy arraigada que esté, dentro de la concepción
democrática hoy dominante, la idea de la soberania nacional
y de un supuesto mandato conferido por la Nación a sus
representantes, no puede desconocerse la falsedad inicial de
semejante idea, que es, como la de la existencia personal de
la Nación, completamente inaceptable.
«No es verdad —afirma con exactitud Orbán— que la
Nación sea soberana, ni que dé mandato a los electores para
formar un cuerpo representativo, ni que, representada por los
électores, nombre ella misma los diputados, con encargo, a
su vez, de ejercer su soberania y de subdelegar a otros ciu¬
dadanos, los poderes ejecutivo y judicial. Para que la Na¬
cion pudiera dar mandato a los gobernantes seria necesario
3) Véase Rousseau: El Pacto Social, libro III. cap. V, pág. 98.
Max-Planck-Institut für
Real Academia de Ciencias Morales y Politicas
europäische Rechtsgeschichte