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aes el abuso convirtié en jugnete esa ley, y hacia
fnes de la republica, se hizo tan general, que un
cimple capricho, un eclipse momentäneo de la
sazén, eran causas suficientes para destruir una
aniôn, en que probablemente el carino poca 6
ninguna participaciön habia tenido.
Los poderosos de Roma fueron los primeros en
hacer arder la tea del escándalo; asi Syla, César,
Pompeyo, Cicerón, Augusto y Marco Antonio, se
separaron de sus esposas alegando razones fûtiles.
El ejemplo cundió rápido en la clase baja de la
sociedad, y fué recién entónces que los llamados
al trono dieron severas disposiciones para contener
el desborde de ese torrente que amenazaba des-
truirlo todo. Se dictaron leyes imperiales contra
el esposo que solicitase el divorcio sin tener moti-
vos razonables para ello, y los efectos benéficos de
esas disposiciones empezaron á dar sus frutos. Poco
tiempo después, las costumbres sociales se purifi-
caron, por asi decirlo, y la sábia ley del divorcio
fué entónces lo que hoy; una ley que ampara y
absuelve al inocente, amenaza y castiga al cul-
pable.
Mucho contribuyó también á robustecer el abuso
que se hacia del divorcio, la diferencia que las leyes
primitivas de Roma establecian entre el hombre
y la mujer. Consideraban al hombre, por el solo
necho de haber nacido hombre, como un sér supe¬
Tior, de cuya voluntad absoluta dependia la vida
de la esposa y de sus hijos, en tanto que la mujer
era considerada como una cosa, como algo viviente,