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Sin embargo, aquel astrónomo de Ausburgo dibujó todavía en sus cartas
celestes las figuras de las antiguas constelaciones, contentándose con dar
el ejemplo para que otros, en los siglos XVIII y XIX, desterrasen defi
nitivamente de los cielos sus antiguas figuras. Los unos como peligro
sas, aunque muy poco en los tiempos modernos, los otros como inne
cesarias y poco útiles para la descripcion correcta de la antigua esfera
de las estrellas fijas, una vez ideado el sistema de las alineaciones, del
que tambien se encuentran ’algunas nociones y primeros esfuerzos en los
libros Alfonsíes; siendo de notar, que si los modernos conservan todavía en
sus globos celestes las formas de las constelaciones de la antigüedad, lo
hacen como curiosísimos dibujos, que además de históricos, prestan recursos
para que el arte del grabado y la destreza de varios artífices, embellezcan y
den mayor valor á las alcoras y planos celestes de los tiempos actuales.
No pudiendo D. Alfonso dar á los globos celestes, valiéndose del buril
por sé se, el valor de las obras de arte que últimamente se mencionan, y
prévia la protesta de que se lleva hecho mérito, intentó en su libro de
las estrellas de la octava esfera, suplir con el romance, describiendo las
constelaciones, la destreza que faltaba á los artífices de su tiempo, preten
diendo con la palabra rivalizar, como en otro lugar dijimos, con la habi
lidad de todos los que en siglos posteriores á su edad pretendiesen mo
delar, fundir, delinear y grabar esferas que habian de ser semblanzas de
los cielos.
Al comenzar este que fué el trabajo propio de aquel Rey sábio, para
dulcificar un tanto lo que alguno de sus contemporáneos, atendiendo á la
comun creencia, hubiera calificado de pensamiento altivo y atrevido, el
mismo D. Alfonso concluyó la protesta anteriormente dicha, diciendo que
aunque la cosa ó existencia de las formas de las bestias celestes le fuese
muy fuerte de creer, puesto que lo dijeron los sábios antiguos, y de ellas
hablaron, debian tener alguna cosa cierta, y por lo tanto, que aunque él
en este punto era incrédulo, para que los omes nunca dixesen que lo habia
dexado por pereza, describiria con toda la belleza que le fuese posible las
formas, y señalaría los logares de cada una de las estrellas fixas segun
dixeron los sábios en los tiempos pasados, añadiendo que primeramente
hablaria de los cielos y de las estrellas que en ellos son.
En el prólogo á los libros de las cuarenta y ocho constelaciones, en que
se leen las últimas palabras, se clasificaron del mismo modo que lo hizo
muchos años despues Andrés Goldmayer en Norimberg, pudiéndose redac
tar aquella clasificacion en un cuadro sipnótico Alfonsí como el siguiente.