Full text: Tomo IV (4)

Marte, construido á semejanza de los de Alejandría en Egipto; el reloj que 
trazó Boecio á principios del siglo VI, para regalársele Teodorico al rey de 
Borgoña; el que se dice mandó por los años de 757 á 767, el Pontífice Paulo I 
á Pipino de Francia (Codices carolini, epist. 25); los del califa Haroum de 
Persia, uno de los cuales fue preciado donativo mandado á Carlo Magno á 
últimos del siglo VIII, segun la descripcion de Eginard; los de Pacífico, ar 
chidiácono de Verona; en definitiva, los de Leon el Filósofo de Constantino 
pla, y los de Gerbert ó Silvestre II, trazados en las centurias IX y X, fueron 
relojes solares de que pudieron tener algunas noticias descriptivas los 
astrónomos en el siglo XIII. 
Esta asercion tiene alguna probabilidad; pero lo que puede asegurarse 
como evidente es que todos aquellos relojes, aunque fueron realidades, habiar 
desaparecido en la época en que floreció el rey D. Alfonso, y con ellos muchas 
de las vitelas, si hubo algunas en que se escribieron las reglas conocidas de 
los antiguos para trazarlos. Por esta razon aquel rey, al comenzar el pró 
logo del libro en que se habian de consignar las reglas geométricas del pri 
mer cuadrante solar Alfonsí, decia, corroborando nuestra opinion: «Et porque 
non fallamos en fecho de la piedra de la sombra, libro que fuese complido 
por sí..... mandamos al dicho Rabiçag lo fiziese..... de manera que el que qui 
sier fazer la piedra non aya trabaío de catar en otro libro sinon en este.» 
Pero no es la oportunidad, ni nos proponemos en este momento hacer un 
estudio detenido de los relojes solares, tales como se describen en los libros 
del saber de astronomía. Este trabajo le aplazaremos para mas adelante, así 
como tambien la comparacion que de ellos se hará en nuestros comen 
tarios á los libros Alfonsíes, objeto del tomo V de la presente publicacion, 
tanto con los cuadrantes solares que arriba se refieren anteriores al siglo 
Alfonsí, como con los de tiempos posteriores, entre los cuales registraremos 
y conmemoraremos entonces el de Ulug-Beg trazado en Samarcanda en 1430; 
el de Toscanelli de Florencia, en 1467; el de Ignacio Dante en San Petronio 
de Bolonia; el de Bartolomé Lagasca trazado en Valladolid en 1580; el de 
Picard, construido en tiempo de Luis XIV en el observatorio de París; el 
mas bello, si cabe, de Bianchini en las antiguas Termas de Diocleciano, tra 
zado en 1701; el de Sulli, que le delineó en 1727 en San Sulpicio de París; y 
el de Cesaris y Reggio, de la catedral de Milán: para llegar á la consecuencia 
de que los primeros libros que se conocen y existen escritos en Europa, refe 
rentes al trazado geométrico y astronómico de los relojes solares, por lo me 
nos en nuestras lenguas vulgares, fueron los Alfonsíes. 
Además de los libros de los relojes solares del rey D. Alfonso, se incluyen 
en este IV volúmen otros dos sobre la clepsidra ó relogio dell agua, no 
menos importantes que aquellos, con especialidad bajo el punto de vista de 
la hidráulica; cuya bibliografía antigua, con especialidad en la parte que se 
refiere á los siglos de la edad media, es muy poco conocida. Este relogio hi¬
	        
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