DISCURSO
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es y debe de ser, proclamándolo asi desde el primer dia y
predicando à todas horas y en todas partes, lo mismo el di¬
vino Fundador de la Iglesia que sus Apóstoles y discipulos,
«que el reino de Cristo no era de este mundo», pero que este
reino existia; concepto fundamental del fin religioso dentro
del orden cristiano y de la Iglesia Católica; pero que enten¬
dido por muchos de diversas maneras, dió ocasión desde los
primeros dias de la predicación evangélica, à encontradas
luchas, en las que sin duda se inspiraron y se inspiran toda
via, los que á la hora presente discuten sobre el valor y el
sentido de lo que hoy se llama el reinado social de Jesucristo.
Es decir, que la adulteración del comentario, nacida en mu¬
chos casos de excesivo y diligente cuanto peligroso celo, di¬
vide hoy á muchos cristianos como dividió à los judios de la
antigua Ley el concepto del anunciado Mesias, al que unos
esperaban, y eran la mayor parte, como poderoso Monarca
que habia de redimir al pueblo de Israel de la servidumbre
romana, y otros, muy pocos, como pobre y desvalido, que
venia à triunfar de la muerte y del pecado para redimir al
linaje humano de la culpa primera. Pero que en uno y otro
caso, como soberano real y poderoso ó como ignorado Senor
de la vida y de la muerte, se afirmó constantemente su red¬
leza y su soberania sobre el mundo y las cosas todas, no cabe
dudarlo. Que como hace notar muy oportunamente el autor
de la Politica de Dios y gobierno de Cristo: «Tres cosas están
à mi cargo para introducción de este discurso y desempenar
me de la novedad que promete este capitulo, y ordenadas
son: que fué rey Jesucristo, que lo supo ser solamente entre
todos los reyes, que no ha habido rey que lo sepa ser como
él solo» (1).
Este concepto de la soberania de un Dios hecho hombre
para redimirnos, es el peculiar y propio de la Religión cris¬
tiana y de la Iglesia Católica, que no borra ciertamente sino
que confirma la idea fundamental é inspiradora de toda re¬
(1) Quevedo, Politica de Dios y gobierno de Cristo, cap. II, pág. 5.
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