DISCURSO
DEL
EXCMO. SR. D. LUIS SILVELA
SENORES ACADÉMICOS:
Tres anos ó poco menos van transcurridos desde que vues¬
tra indulgente elección me otorgó un honor que de cierto no
merecia. Y al venir ahora à recibir, como sanción de vuestro
voto, la Medalla que con tanta gloria ostentó un eminente
jurisconsulto y profundo politico, cuya pérdida llora todavia
la Academia, no puedo menos de preguntarme, haciendo
como examen de conciencia: si me faltaban titulos cuando
fui elegido, zqué he hecho yo desde entonces para conquis¬
tarlos? Dolor y vergüenza me causa el confesarlo: ninguno
he procurado y menos logrado conseguir. Quebrantada mi
salud, herido tanto en el cuerpo como en el espiritu, en una
edad en que de ordinario no abaten aun, ni el peso de los
anos, ni el desencanto, ni las tristezas de la ancianidad ex¬
trema, el desaliento y una indiferencia casi senil se han apo¬
derado de mi voluntad, y no movida mi alma por este divi¬
no resorte, parecia que desmayaba y se sentia cobarde, me¬
recido castigó por no haber soportado con la resignación
cristiana que debia una pena que, yo lo confieso, no excede
de los limites del sufrimiento à que todo mortal está sujeto.
El cumplimiento de un deber reglamentario, cuyo carâcter
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