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DEL EXOMO. SR. D. LUIS REDONET Y LÖPEZ DORIGA 
que es imposible aislar por entero para su estudio separado, 
cada uno de los matices que forzosamente aparecen y se re¬ 
producen bajo distinto aspecto en diversos lugares con sus 
varias aplicaciones; por lo que à lo dicho de la humilde ; 
obediente mansedumbre, no cabe afadir en este momento 1o 
que también en punto à disciplina, licencia 6 mandato del 
superior, hemos de reservar para cuando toquemos lo rèfe¬ 
rente à la utilización y el disfrute del producto del trabajo 
y à los instrumentos ó menaje del monasterio; mas conviene 
indicar aqui, como nueva y complementaria muestra de la 
la renunciación à la propia voluntad en el trabajo, que en 
éste actuaba constante y soberanamente el superior, lo mis¬ 
mo, segun vimos, para el reparto de los juncos mojados 
(San Pac., OXXIV), que para permitir arrancar las hojas de 
palmera destinadas al tejido de espuertas (cap. LxxIv), torcer 
juncos, hacer cisternas de agua, 6 cualquier otro trabajc 
(capitulo CXXIII), que los monjes pudiesen salir al campo (ca¬ 
pitulo LXXXIV), lavar, siguiendo al prepösito (cap. Lxvmi), 
sentarse (cap. LXI), y hasta sacar una espina del pie à cual 
quier hermano (cap. XCVII); es decir, que en todo y para todo 
se necesitaba del mandato 6 de la licencia del superior, in¬ 
cluso para aquellas operaciones que mâs obligadas y con¬ 
secuentes parecen con el precepto del trabajo de manos. 
También la regla Oriental dispuso, que un prepösito saliese 
siempre con los hermanos, para todas las obras necesarias, 
à fin de que nada se ejecutase contra la observancia religio¬ 
sa (cap. 1). La misma regla de San Pacomio, que cuidaba de 
detalles de la disciplina y del decoro monacal, hasta el punto 
de prohibir que los monjes fuesen nunca dos sobre un burro, 
ni en la caja del carro debajo del toldo (cap. CIx), y que na¬ 
die fuese sino acompanado á ungirse y lavarse las manos con 
aceite (cap. XCI), dejé dicho en el capitulo LVIII, que dada la 
sefial de salir al trabajo, caminase delante el prepösito y no 
quedasen en el monasterio sino los monjes designados por 
el Padre. 
Otro de los mandatos, el más universal y rigurosamente 
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