DEL EXCMO. SR. D. LUIS REDONET Y LÖPEZ DÖRIGA
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beben los otros hermanos, en la tertia feria, todos los sába¬
dos, y siempre que por salir 6 mudar de lugar, no pudiera
prépararse la comida. Invernando, le bastaria al maestro,
con dos hermanos y cuatro pastores, auxiliados de seis pe¬
rros, para cuidar de treinta treintenas de ovejas. El anónimo
comentarista de los estatutos de Guigo, dice que los buenos
pastores no conducian consigo mucha turba de criados; que
por lo general les bastaba uno, porque todo lo hacian por si
mismos con el propósito de que los bienes de la casa no se
consumiesen por los mercenarios. Cuando se desgraciaba al¬
guna oveja, el pastor procuraba alimentar la cria, guardaba
la piel de la muerta y vendia lo demás, dando cuenta de todo
al procurador. El hermano cabrero, recibia durante el in¬
vierno, una capa para su abrigo, y tres merconarios y tres
perros para la custodia del ganado: el encargado de los chi¬
vos, tenia bastante con dos jornaleros. Cada uno de los sim¬
ples pastores, no tendria à su cargo mås de veinte ovejas, sin
corderos à no ser de la paridera, hasta el dia de Todos los
Santos, y recibia dos pellizas pequenas, por lo general de
piel de carnero. Las cabras no debian separarse de las ove¬
jas, sin licencia prioral. Cuando en invierno bajaban las ove¬
jas al Monasterio, à comer heno, seguirian al atravesar las
granjas, el camino ó canada designado por el procurador. A
la operación del ordeno, concedieron los estatutos, una gran
importancia, segûn se desprende del mandato de que siem
pre estuviera presente un hermano, que al efecto prescindi¬
ria hasta de las ceremonias religiosas en la iglesia, cuando
ello fuere necesario. Se dedicaban siete pastores, para el or¬
deno de treinta veintes de ovejas, cuyo modo de contar toda¬
via se usa en algunas regiones de nuestra Peninsula. Arcella
(arquita), se llamaba å la casa destinada al almacenaje de los
quesos, cuya fabricación debia presenciar también un her¬
mano, y ol mismo mayoral con sus ayudantes tomaba parte
en la faena de limpiarlos y volverlos de vez en cuando, en
previsión de que no se echasen á perder. Que no oran infun¬
dadas suspicacias, los temores de los antiguos estatutos en
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