y de desprecio cinico de toda norma recibida en que uno y otro pare¬
cen inspirarse. Nietzsche y Chamfort guardan como regla, frente a la
vida, aliar, segun frase del propio Chamfort, al sarcasmo de la ale¬
gria, la indulgencia del menosprecio. Gracián, por el contrario, se¬
meja mas bien un sabio resignado, creyente y optimista que, también
segun frase de Chamfort, «parece haber aprendido de la vida el arte
de sufrir la vida».
Para mi, Gracián es, vuelvo a repetirlo, creyente y optimista,
Creyente, porque su ética, por muy extravagante y contradictoria que
a veces aparezca, no deja de ser rectilinea. Optimista, porque en él
late no la cándida creencia de que todo es bueno, sino la razonable
seguridad de que todo, por obra de la voluntad y esfuerzo del ingenio,
puede llegar a ser bueno.
La prudencia de Gracián no es engano, sino cordura, natural im¬
perio de si mismo, juicio, despejo, gallardia espontánea de las accio¬
nes. Todas las tretas y contratretas de Gracián, sus constantes reco¬
mendacionés de que se cebe la expectación sin desanimarla; de que se
solapen las pasiones, si no se puede dominarlas; todos sus constantes
encarecimientos a la plausibilidad en los empenos, más bien revisten
la atrayente fisonomia de jugueteos con los que se distrae frente a las
asperezas y sinsabores de la vida, la serenidad resignada de un espi¬
ritu fuerte. Del engano nadie ha hecho descripción mas severa que la
suya, al decir, en el Primor V de El Héroe, que cada cosa debe merecer
estimación por si y no por sobornos del gusto, y al proclamar todavia
más claro, en el Primor XVII, que la perfección «en el hombre ha de
estar» y la alabanza en los otros, y que es merecido castigo al que ne¬
ciamente se acuerda de si que discretamente le pongan los demâs
en el olvido.
El haber de Gracián como preceptista politico es —lo afirma con
razón el senor Silió— nulo o casi nulo. El ensayo histórico-biográfico
que Gracián dedicó a Don Fernando el Católico es, entre las obras
mûltiples del auter, la más endeble y quizá también la más desprovis¬
ta de atractivo filosófico o literario. Justo es reconocer que tampoco
en El politico don Fernando el Católico hay verdadero maquiave¬
lismo, ni parentesco lejano o cercano con las doctrinas del escritor
florentino. Cierto es que Gracián, en medio de elogios, siempre justos,
al Rey Católico, como Principe prudente y como fundador del Imperio
espanol, atribuye a Don Fernando, como propio y personalisimo modo
de fundar, la astucia, que consiste en valerse siempre de la ocasión,
espiándola, para servirse de ella, y aprovechándola, una vez descubier¬
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