de los resortes politicos y la subversión del orden social. Es cierto
que la Rusia soviética ha ofrecido al proletariado un ejemplo poco
brillante de los efectos económicos de esa conquista del poder po-
litico. Rusia no es, para ninguna persona que analice con serenidad
los hechos, un ejemplo de mejora positiva de la situacion écono¬
miça de los obreros, sino todo lo contrario; pero el fanatismo mar-
xista impide apreciar esa evidencia e invoca el pretexto de que el
comunismo ruso no ha tenido tiempo todavia de rendir los resulta¬
dos productivos que debe rendir en su dia, porque se le ha negado
por los paises capitalistas toda clase de auxilios y porque ha tenido
que dedicar su principal esfuerzo a una organización militar para
la defensa del comunismo y para su propagación fuera de las fron¬
teras en beneficio de la redención del proletariado. Esta falaz
creencia de que si el régimen económico presente de Rusia—el cual,
por otra parte, no es tal régimen comunista, sino capitalista de
Estado—no acusa todas las ventajas inmediatas que debe reportar
a los obreros se debe, no a su impotencia cultural y a la falta de
estimulo para destacar las calidades individuales, sino a una nécé¬
sidad politica de carácter circunstancial, que desaparecerà cuando
lleque el momento adecuado, unido a la ejemplaridad de una Nor¬
teamériça que, por circunstancias especiales y privilegiadas, permité
dotar a muchos de sus obreros de aparatos de radio, automoviles,
casas propias y una porción de comodidades que en los viejos pai
ses de Europa no puede alcanzar mâs que una relativa minoria de
personas, ha contribuido a encender la fe y el entusiasmo mate¬
rialista de las masas y a que éstas vean en el comunismo el instru¬
mento de realización del ideal de la felicidad material popularizada.
Cuando una idea ha llegado a difundirse hasta el punto de for¬
mar la mentalidad de una época, es muy dificil hacer reaccionar
contra ella al conjunto del cuerpo social. Seria, por consiguiente
inûtil intentar provocar esa reacción, y seria asimismo inutil pré¬
tender evitarla mediante cambios de organización social. Cualquier
régimen social, por perfecto que pareciese abstractamente consi¬
derado, seria en la prâctica nutrido por ese espiritu de egoista
exclusivismo, de lucha y de disociación, y a la larga fracasaria
desde el punto de vista de la concordia y de la armonizacion.
El sistema gremial, que tanto floreció en una parte de la Edad
Max-Planck-Institut für
rales y Politicas
chtsgeschichte
europäische Re