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su inmensidad se enervaron gigantescos esfuer-
zos. Solis, la expedición de Mendoza y la primera
Buenos Aires, el fuerte del Espiritu Santo y la
ciudad del Barco, son sus primeras victimas. Du-
rante esta época el desierto es el enemigo de to¬
dos los dias y está en todas partes: á veces espia al
atrevido capitán que se aventura en su exten-
sión, le acosa en la soledad, fatiga sus pasos y ase¬
diado por los sufrimientos le obliga á desandar lo
andado ó le dá muerte de tormento; otras, deja
que el conquistador le ekplore, elija un sitio y
funde una ciudad; pero apenas se cree conse-
guido el objeto, la ciudad se siente indefensa pri-
sionera del desierto que lanza contra ella á sus
aliados, los indios, que incendian y matan, ó paula-
tinamente la invade con sus elementos y la fun-
dación desaparece como ahogada en las arenas.
Lo ganado hoy es perdido manana, y con fre-
cuencia es necesario conquistar y reconquistar,
edificar sobre ruinas ó cambiar una fundación tan-
tas veces cuantas sean necesarias para conseguir
su estabilidad. Todo es en esta época inseguro
y contingente; la ciudad en cimientos como los
muros del templo, la tienda de campana como las
trincheras del fuerte, se sienten por igual amena-
zadas de abandono y de ruina. La lucha con el
formidable enemigo es tenaz, y apenas vencido en
su minima parte, prosigue su obra salvaje opo-
niendo sus fuerzas destructoras que se infiltran
corroen insensiblemente la obra de la civilizacion